
Como una niña pequeña. Así se sentía Paula cada vez que tachaba un día en el calendario. Cada vez más cerca. Más cerca de salir, pero también de poner en práctica todo lo que había aprendido en estos días.
Y es que, se había dado cuenta de que derrochaba mucho tiempo en estar enfadada, en darle vueltas a las cosas que no tienen importancia, en pensar y pensar mal.
Por fin había entendido que perdía muchas oportunidades de hacer cosas que quería hacer por el miedo de al qué pensarán los demás. Pues que le den a los demás.
Esa iba a ser su conclusión para todo. Bailaría cuando quisiera bailar, lloraría si es lo que le apetecía y se pondría su mejor minifalda y se pintaría los labios de rojo cuando ella decidiese hacerlo.
Eso no implicaba que no echase de menos a Luis. Oh, claro que le echaba en falta. Habían pasado demasiados días ya y estaba deseando verle. Obviamente no le necesitaba,no necesitaba a nadie, con ella se bastaba. Ya tenía sus problemas y no quería más. Pero él no se los daba, más bien al contrario, le ayudaba a evadirse de todo lo que giraba a su alrededor. Lo hacía todo más sencillo, simple, y a Paula le encantaba. Paula no tenía por qué fingir, podía ser ella misma en todo momento, sin ninguna necesidad de cohibirse.
Era un experto en demostrar a Paula que le importaba, que era alguien especial, que estaba ahí, y no con palabras sino con hechos.
Luis no obligaba, no prohibía, y no pensaba como lo hacía el resto de la sociedad a la que denominaban normal. Él tenía su forma de pensar y no lo ocultaba, la defendía.
La primera vez que habló de esto con Paula, ella se mantuvo en silencio. Tras una breve pausa, ella sonrió y le besó. ¿Dónde había estado ese chico todo este tiempo?