
Hola, soy Paula.
Así comenzaba su nueva vida. Llevaba mucho tiempo creyendo que era una persona tímida, que no le gustaba relacionarse, y ese mismo día descubriría lo equivocada que estaba.
Paula no se caracterizaba por tener un gran número de gente a su alrededor, era más de grupos pequeños de una o dos personas. Eso era lo que le faltaba, conocer gente nueva. No sabía cómo saldría el experimento pero, al menos, lo intentaría.
Se puso a investigar cómo podía hacerlo, y fue la montaña esta vez quien encontró a Mahoma. Su ángel, a la que debería tanto en un futuro estaba ahí, ofreciéndole la oportunidad de lo que exactamente estaba buscando.
Dos días después, ahí se encontraba ella, un miércoles a las 20:00h., presentándose a un grupo de unas quince personas, roja como un tomate, a punto de empezar sus nuevas clases de baile, sin saber aún si había sido buena idea o no.
A la primera persona que conoció fue a Claudia, la revolucionaria del grupo. Era una mujer alegre, no paraba de hablar y de reír y era muy sencillo relacionarse con ella. Hicieron muy buenas migas de inmediato, y Paula, poco a poco, se fue relajando. Sí, lo tenía claro, había sido una gran idea.
Conoció a mucha gente ese día, cada uno con su propia forma de pensar, sus gustos, su pasado y sus problemillas. No se sentía una extraña.
-Ven, Luis, mira, una nueva. Esta es Paula. – Claudia apareció a su lado con alguien al que le tiraba del brazo.
Vaya. En esos últimos veinte minutos había hablado más que en su último año y ahora se quedaba muda. ¿Quién era ese chico? Algo le decía que buscaría la forma de llamar la atención de aquel tal…¿Luis? Oh sí, sí que lo haría.
Y ahora a bailar. Comenzaban las clases.